(Por Rosa María Ordaz)
Hace tiempo, escribí un poema titulado, “Dolor”, en la poesía narro la insólita belleza purificadora oculta en la adversidad. Los tesoros a nivel espiritual ocultos en un desierto, noche oscura, catarsis por la que pasamos en tiempos de sufrimiento. Las riquezas que apunto, trata de las virtudes que desarrollamos en las adversidades; estas, nos forjan y llevan a trascender niveles muy altos de integración humana y espiritual, dependiendo de la docilidad del alma a la vivencia.
Gracias al dolor, aprendemos a ser humildes, agradecidos, empáticos, pacientes, prudentes, comprensivos… vemos todo con los ojos de Dios. Él, siempre ve las oportunidades para sacar lo mejor de nosotros, por ejemplo; el desafío nos lleva a crecer; espiritual e intelectual lo cual amplía nuestros valores. Somos acrisolados en la oscuridad del tormento. Cuanto más oscura esta la noche, es porque está a punto de amanecer; etapa sabia de las catarsis; aquí, se da respuesta a los por qué de la vida, la conciencia es iluminada y se descubre el sentido o el para qué de lo que nos ha sucedido.
Quedamos maravillados de la belleza que va adquiriendo el alma, comenzamos a manifestar gratitud al creador por su pedagogía, enseñanza formativa doliente y gloriosa. Templados en el resplandor de la perfección del omnipotente. Al percibir más ausente que nunca a Dios, es precisamente el cincel del todo poderoso que nos está moldeando a su plenitud, belleza y eternidad. “Dónde estás, porque me has abandonado”, sorprendentemente comenzamos a identificar en el cincel, una transformación interior aunada a las caricias de Dios. Resumido: también estas son las «caricias del Todo Poderoso». Dejamos de concentrarnos en el victimismo propio, apreciamos las adversidades como aliadas. Seguramente usted conoce varias personas las cuales, después de una gran tragedia llámese: enfermedad terminal, pérdida de un ser amado entrañable, etcétera, una vez que lo superaron hablan de sus vivencias, como el detonante que los empujo a evolucionar espiritualmente de una manera inesperada, irónica, sorprendente; expresan lo agradecidas que se volvieron con sus destinos, junto con las personas que pertenecieron a sus escenarios de tribulación, también al cosmos, a su alma, al Creador. Los factores anteriores, confirman el título de mi escrito, “cada lágrima se convierte una bendición, para quien, tiene a Dios en su corazón”
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